
RECUERDO
El sol estaba ya en su cenit y el pequeño Ennis seguía sentado debajo de un árbol reseco . Era el final del verano y la sequedad del suelo unida a ese viento incesante hacía que sus brazos y su rostro sintieran con más fuerza el calor del sol.
Le molestaba ya recordar continuamente dos detalles que no podía sacarse de la cabeza, esos ojos abiertos mirando al cielo y la piel pálida del rostro. Los ojos blancos como si no tuvieran pupilas y esa piel que él había visto quemada por el sol ahora estaba pálida y seca.
El sol comenzaba a rozar ya el horizonte y Ennis se levantó lentamente, sus piernas estaban entumecidas. Comenzó a caminar despacio mientras sus pies sentían la sangre fluir y la picazón en sus piernas se desvanecía. El viento era más refrescante ahora. Apresuró el paso al pensar que su madre ya estaría sirviendo la cena.
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Quizás pensaba hacer de él un hombre de ese modo, mostrándole la crueldad más absoluta. Quizás había advertido algún gesto, algún rasgo que no cuadraba con su idea del macho del Oeste, y decidió remediarlo por el camino más corto. Quizás pensó que a los nueve años ya no es necesaria la inocencia. Quizás sencillamente no lo quería más que como a cualquier animal de su rancho al que se enseña con dureza.
¿Qué pensaba usted, señor del Mar, cuando agarró fuertemente a su hijo por el hombro y le obligó a ver un cadáver despedazado quizás por usted mismo? No creo que nadie pueda saberlo; ni tan siquiera el mismo Ennis, aterrado, pudo explicárserlo nunca.
Pero el destino está echado, y esa misma muerte que le apartó de Ennis, esa carretera con una sola curva, fue años después el camino que el alegre Jack Twist recorría incansable para amar a su hijo. También el destino le hizo cruzarse con hombres como usted, quizás religiosos y padres de familia como usted, que le condenaron al mismo final que usted le había mostrado a su retoño. Pero antes de eso le había dejado la huella de su amor, algo que le insufló vida donde usted se la había tratado de quitar con odio. Y por ello no importa el dolor físico, ni la sangre ni las heridas, porque las marcas que quedaron en el alma de Ennis son las marcas de Jack, de su amante. Las suyas, señor del Mar, dejaron de tener importancia verdadera la noche en que ambos se entregaron a la pasión en una tienda de campaña.
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